BCCCAP00000000000000000000964

El Venerable Capítulo Metropolitano, presidido por el Deán, y el clero secular y regular, después de las ceremonias litúrgicas pusiéronse a la cabe– za del cortejo que comenzó a avanzar penosa– mente entre aquella multitud innumerable. En los balcones, en todas partes, grupos de mujeres, de hombres y de niños se asomaban para ver pa– sar la urna, severa como la vida de aquél cuyos mortales despojos guardará para siempre. El comercio cerró sus puertas a efecto de que todos los empleados pudieran asistir al entierro, y los teatros clausuraron las suyas para que nin– guna nota disonara en el concierto de dolor que se marcaba en todos los rostros. Los más altos fun– cionarios, las Academias, las Corporaciones, pasa– ban en el desfile. El Maestro Gutiérrez dirigía una orquesta numerosa, que ejecutó entre otras piezas el célebre responso de Magdaleno. Al salir el féretro, el pueblo pidió conducirlo en hombros hasta el Cementerio, y así lo hizo con fervoroso recogimiento. - Imponente era la vista que se ofrecía al espec– tador. Desde la Catedral hasta Los Cipreses, la Ave– nida del Sur era un humano hormiguero, y los balcones parecían venirse abajo con el peso de su humana carga. Lo mismo sucedió en todo el tra– yecto hasta la Alcabala. A las siete llegó el fúnebre convoy al Cemen– terio, guiado por una profusión de antorchas im– provisadas que hacía retraer la imaginación hacia los conmovedores entierros de los días coloniales. A la luz de esas antorchas, en un ambiente cuya solemnidad pesaba sobre los espíritus entristeci– dos, quedó para siempre en el regazo de la tierra que él amó con todos sus amores, el que fué sostén <k infelices, amparo de gente humilde, sabio cuya cúspide contrastaba p01· lo alto con su modestia: PI ))oeto1· ., OS(' e l'('g'Ol'io 11 ('l'l!Úlld(•Z. ~,; 1 ..

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz