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En aquella casa no había nada. No quiso contentarse el Dr. HERNANDEZ, como otras veces, con dejar allí su óbolo para que compraran los remedios. El mismo fué a la Farmacia que hay en la esquina de Amadores. Compró las medicinas, y con ellas en la mano, iba a atravesar la calle. jQué pensamientos embargarían entonces su alma, ebria de caridad. 5.-Entre las esquinas de Amadores a Urapal, un tran– vía que bajaba de La Pastora se hallaba detenido en el des– vío. De Guanábano hacia Amadores subía otro tranvía. El entonces pensó pasar la calle por delante del tranvía parado. Y no se dió cuenta de que en la misma dirección venía un automóvil. Fueron unos segundos nada más de expectación y de gritos en toda la calle. Cuando el Dr. HERNANDEZ vió el automóvil que se avalanzaba sobre él, gritó: "j Virgen Santísima ... "! Su cuerpo, alcanzado por el automóvil, había sido arroj aclo contra uno ele los postes de hierro de la calle, y al caer, se había destrozado la base del cráneo contra el borde de la acera. El automóvil venía conducido por un cliente, cuya ma– dre había curado el Dr. HERNANDEZ hacía unos días, y en la pasada "peste de la gripe" había librado de la muerte a una hermana. Detuvo inmediatamente el automóvil, y se quedó mudo y helado. jEra el Dr. HERNANDEZ! Entre el conductor y un obrero de los servicios del alumbrado lo recogieron, ya casi en estado agónico, y se lanzó el coche a velocidad forzada hacia el Hospital Vargas, pero cuando llegaban al terraplén inmediato al Hospital, el Dr. JOSE GREGORIO HERNANDEZ entregaba su alma a Dios. 6.-El mismo obrero, persona sencilla y piadosa, que llevaba en su bolsillo un libro de oraciones, dijo que cuando él le viú morir, sacó su libro y le leyó la recomendación del alma. (e) Emocionante y sin comentarios para nosotros. Venc•zut>la estaba allí, entre aquel hombre moribundo, glo– ria de) la Nación y de la Iglesia, y aquel pobrecito obrero

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