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bilísima penetración investigadora, su técnica pro– fesora! admirable, facilidad para trasmitir la cien– cia, su excelente sentido y juicio crítico, su magis– tral autoridad. Las clases, a las que concurrían por modo de curiosos muchos estudiantes profanos, eran amenas y pedían de suyo la atención y la reflexión. Qué gratamente se impresionaba y se movía el es– píritu cuando aquel maestro, aquel pedagogo novel, al empleo de métodos y recursos antes no usados aquí, iba explicando sus lecciones con atrayente elegancia y una tonalidad juvenil, pero con acierto grave y sereno, con una consistencia maciza, como de hombre maduro y sapiente! Cuánto gusto e in– terés despertaba en los ánimos, cuando después de haber hablado, por ejemplo, sobre las células, el protoplasma, el núcleo, su reproducción; sobre el microbio, su morfología, su cultivo, etc., decía con cierta gracia suya: "Yo lo pinto"; y tomando las tizas de diversos colores y vuelto hacia el pizarrón, dibujaba de verdad, con esmeradísimo arte, con precisa maestría, y hacía casi palpar la evolución prolífera de aquellos pequeños organismos! Sus dis– cípulos y sus colegas mismos, lo respetaron desde entonces y rindieron las mejores y aquiescentes pruebas a su idoneidad y pericia, a su adestría sin– gular, a su intensa mentalidad, a su ubérima labor científica, pruebas que vinieron a resumirse esplén– didamente con los testimonios producidos en la oca– sión de su muerte". (f) 6. - Se puede decir que el doctor HERNANDEZ formó una escuela propia nacional, en la que se le oía corno 1111 oráculo y se le consideraba como el Maestro. Sus dis– ('ípulos que son hoy la gloria de la medicina venezolana y anwricana. Su mismo sucesor en la cátedra, el doctor Jesús ltafiwl Rísquez, nos aporta este valioso testimonio: ( f') l l r. J. M. N úñez Ponte.-Ensayo crítico-biográfico, págs. G6 y s. -- 210 -

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