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imaginativa producida por el cansancio y el estado atmos– férico. En el suelo estaban unas cuartillas caídas de la mesa: en una de las cuales había un renglón medio borrado en el que pude leer: Capítulo segundo. El Arte. José G. Hernández. CAPITULO XV EL MEDICO - EL INVESTIGADOR 1.-El doctor HERNANDEZ sabía que en la vida no lo hace todo la caridad desinteresada y el gesto heroico. Son necesarias bases para hacer la caridad, es preciso tener algo que dar al pobre. No todo lo hace el cariño y la miseri– cordia a la cabecera del enfermo, sino también la ciencia que lo cura. Por eso en su vida tomó la ciencia como base de un apostolado fecundo, y a ella consagró todas sus ener– gías, como un deber que Dios le había impuesto y al que no podía ser traidor. Así pudo decir de él, el experto clínico doctor M. A. Fonseca: "Trabajando asiduamente durante años, afinó pri– morosamente sus sentidos y se hizo dueño absoluto de cada uno de los innumerables y delicados elemen– tos que facilitan y aún permiten la observación, cuyo olvido o ignorancia son desastrosos a la cabecera de'i enfermo, y se encuadró dentro de los grandes linea– mientos de un clínico esclarecido. Conocedor profundo de los medios de explora– ción, experto en requisas de laboratorio, buen fiso– nomista, de clara visión médica y dilatada experien– cia, diagnosticaba con facilidad y desenvoltura y se movía gallardamente, sin trasteos, en los anchos do– minios de la Medicina General. De simpático y distinguido talante, sabía acer– carse al lecho del paciente, y en apostura casi humil- -233-
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