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Conforme Carlos se iba poniendo pensativo, la dama manifestaba ostensiblemente su alegría. Pero es lo cierto, volvió a decir Carlos, que nos decidi– mos siempre por el motivo más poderoso. -No siempre, dijo Don Felipe; por ejemplo, una per– sona obediente a los mandamientos de la Iglesia, no tomará el alimento antes de las doce en un día de ayuno aunque tenga mucho apetito; mientras que el falderillo de tu casa al presentársele el alimento se lo comerá irremisiblement0 si tiene hambre. -En ese caso, dijo Carlos con aire de triunfo, el moti– vo más tuerte es la decisión de cumplir la ley del ayuno. -Estás en la plenitud del error, mi sobrino, porque como acabo de decir, es un hecho demostrado por la expe– riencia que de todos los móviles humanos los más poderosos son los apetitos corporales, por lo cual la lucha contra ellos constituye el lado doloroso de la vida. Además podemos verificar todos esos actos experimentalmente y siempre la conciencia nos atestiguará la existencia de la libertad. Yo observaba al joven y experimentaba una verdadera delicia al ver que en su clara inteligencia había entrado la buena doctrina. En aquel momento la máquina empezó a disminuü· de velocidad y Carlos. levantándose de repente y dirigiéndose a la puerta exclamó: -Ya llegamos. Después que hubo salido, dijo la señora: -¿ Crees tú, Felipe, que Carlos irá abandonando todas esas malas ideas y que podré verlo volver para siempre a su Catecismo, que con tanto desvelo le he enseñado? -Tranquilízate, querida hermana, le respondió Don Felipe levantándose para salir; todos, unos más y otros me– nos, nos hemos divorciado del Catecismo en esa época de la vida y hemos dado acogida a la novedad de esas ideas tan ccínsonas con el estado psicológico producido por el cambio de la edad. Pero dE:'spu€s, poco a poco vamos despojándo- - 215-
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