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-¿Aunque tuvieras mucho apetito podrías dejar tu puesto vacío en la mesa? -Sí, por cierto. -Ya ves, Carlos, que eres libre, puesto que no te dejas dominar por tu apetito y puedes triunfar de él. Y de todos los móviles humanos, los más poderosos son las inclinacio– nes físicas, que impulsan casi como instintos. -Sí, dijo la madre, con gozo, los Santos adquirieron la perfección en grado heroico, porque lucharon contra to– dos sus apetitos corporales y triunfaron de ellos. Por mi imaginación pasó el recuerdo de aquel dulci– símo Francisco de Asís despedazando su carne virginal con las espinas de unas zarzas en una terrible noche de invier– no, luchando violentamente contra la tentación y vencifn– dola. La máquina detuvo su marcha por breves instanteB. Todos nos asomamos a las ventanillas. En el corredor de la pequeña estación estaban dos granujas vestidos de hara– pos. Uno de ellos dirigiéndose a su compañero le dijo: -Vale, ahora me gano cuando menos tres reales con los pasajeros que vienen. El otro, levantando la mano derecha hasta el nivel" de los ojos y cerrando unos después de otros los dedos le res– pondió: -Veo .... ! El vagón continuó su interrumpida marcha y los pasa– jeros nos colocamos de nuevo en nuestros respectivos puestos. Don Felipe continuó: -Oye, pues, Carlos; la ,~stadística nos enseña sola– mente los meses en que se verifican esos actos de que tú hablas, pero nada nos puede decir del estado psicológico de sus autores, el cual sólo puede ser conocido por la concien– cia.

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