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J,;¡ posadero, viejo y decidor, bigote en flecos, y arru– gas amarillas, los recibió hablando sin cesar: -Muy cansados ¿no? ... ay, mijitos, estas veredas ... precisamente, tenemos esta noche un zancocho que quita..• (no sabía que decir) hasta el hambre ... sí, es por aquí. . . por aquí ... Lo que haber. . . no digamos que hay mucha comodi– dad para las camas de esta noche, pero . . . mañana estará todo arreglado. -Mire, mi viejo; por esta noche no se apure. Para mí, cualquier rincón basta. Si tiene un chinchorro, yo me basto con él y en cualquier parte. A ella, le ruego me la lleve a dormir con su esposa de usted, y trátemela con la mayor consideración. -¿Cómo? ¿Por qué? ¿Están peleados acaso? Y entre sus dientes diezmados, asomó una sonrisa pi- cada de malicia. -No; peleados, no. Es que ella no es mi esposa. -¿Hermana?. . . y perdone la pregunta ... Benigno posó su mano en la espalda del posadero, cor– dialmente, y entre las palmadas cariñosas. -No, mi viejo -le dijo- ni mi hermana, ni mi esposa. Es solamente mi novia. Muy pronto será mi esposa. Benigno miró a Josefa Antonia, que sonrió feliz; y, ruborizada, se quedó mirando la candela, donde un gato se arrufaba al lado de una niña despeinada y linda ... (a). (a) Vid. R. Cifuentes Labastida. "El Universal". Caracas, 29 de junio de 1944. -20-

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