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nombres y apellidos. Uno de ellos, haciendo honor a la edad del pavo en que se encontraba, dió solamente su ape– llido, con tono y gestos de personalidad indescubierta. El doctor HERNANDEZ se sonrió y le dijo: "¿Es usted un Pasteur? Solamente a los grandes hombres se les conoce por el apellido". El muchacho reprendido bajó la cabeza entre las risas de sus compañeros, curado de esa ingenua vanagloria tan propia de la primera juventud. 6.-Cuando a veces se encontraba, y era con frecuen– cia, con alguno de esos estudiantes de nombre que solamen– te abría el libro en las cercanías de los exámenes, que se llegaban con su cara de lobo, solía preguntarles, no sin gracia, y con ironía : -Señor X ¿Cuál es su profesión? -Yo soy estudiante. Y el doctor HERNANDEZ, con un fino humorismo, afilado: -Pero hombre, señor X, dígame, en confianza, ¿por qué no la ejerce? 7.-Siempre había algún alumno que le daba que ha– cer. Caracteres difíciles a los que hay que imponerse. En– tonces el doctor HERNANDEZ dejaba su habitual manse– dumbre, por el bien de sus discípulos, y sabía ser hasta casi mordaz. Se trataba de un recuento de los glóbulos san– guíneos. Uno de los discípulos no acertaba con la solución. -Acérquese a la pizarra -le dijo-. Si no es más que una simple proporción ... , Hágala ... El joven se negó a acercarse a la pizarra, y se cerró en su mutismo. El doctor HERNANDEZ tuvo para él unas palabras duras, y como él se diera por molestado, le dijo en tono que no admitía réplica: -Oigame,, joven, en casa de Mancera dan clasecitas nocturnas de Aritmética; váyase allí a aprender las ope– raciones fundamentales, y no venga a encubrir su ignoran– cia con gestos de mala educación ...

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