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En efecto, los histéricos son enfermos que pre– sentan, además de los síntomas propios de su enfer– medad, ciertos estigmas en su ser moral y físico que son característicos del fondo o terreno indispensa– ble para el desarrollo de la neurosis. Son irritables, veleidosos, apasionados; gustan de ser un espectáculo para los circunstantes, porque su afán constante es llamar la atención. Son pusilánimes, carecen por completo de energía física y moral; a veces son as– tutos, inclinados a mentir y tercos. Sus facultades cognoscitivas son muy limitadas; son incapaces de ningún esfuerzo sostenido de la vo– luntad, e incapaces también de reflexión y presentan las señales de una agobiadora inferioridad intelec– tual, sobre todo aquellos que han llegado a los esta– dos extáticos, los cuales, al establecerse definitiva– mente, acaban con la inteligencia del enfermo que cae por fin en el idiotismo. Es cierto que los que están sólo ligeramente to– cados por la neurosis pueden ser personas discretas e inteligentes; pero los que llegan a la grande histe– ria y a su último estado del éxtasis, sufren una dege– neración intelectual casi completa. Los síntomas del éxtasis histérico son bien cono– cidos. Los enfermos se encuentran inmóviles en un estado aparente de sueño, en posiciones más o menos forzadas; después entran en convulsiones de la tota– lidad del cuerpo, a las cuales sigue un estado tetánico interrumpido por alucinaciones variadas. Pasadas las crisis extáticas, el enfermo se en– cuentra en un estado de profunda degradación men– tal, del cual sale lentamente, y entonces recobra aquel humor excéntrico y frívolo que ya hemos señalado. Es una enfermedad de las personas jóvenes o a lo menos empieza a presentar los primeros síntomas en la juventud. Contemplemos ahora el grandioso espectáculo <ll' la vida de los santos; y escojamos a Santa Teresa
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