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puesto ante algún sabio corto de vista teológica y científi– ca: la posibilidad de una cierta evolución somática -en– tiéndase- en la escala de los seres, que llegaría a la per– fección del hombre actual, con verdadera evolución y estaría el hombre corporalmente ya constituído cuando Dios infun– dió en aquel cuerpo el soplo divino del alma. (i) Citaremos · inmediatamente sus palabras. Veámos antes unas injus– tas acusaciones ele Razetti. (i) El estado actual ele esta cuestión en la Teología Católica nos lo da la Semana de Teología celebrada en 1948 en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, en la que se trató, entre otros te– mas, el debatido origen del hombre. El P. M. Flick, uno de los ps– nentes, resume así la doctrina establecida en la Semana en un ar– tículo de "La Civiltá Cattolica" del 4 de diciembre de 1948. Extrac– tamos: "A propósito del origen del género humano, no habiendo, y no pudiendo haber entre católicos discusión alguna sobre la creación del alma de nuestros prngenitores, se trataron únicamente la cues– tión de su origen en cuanto al cuerpo y la de su número; es decir, si el género humano debe remontarse a una única pareja (monoge– nismo estricto) o si pueden haberse dado diversas parejas aparecidas acá y allá en diversos lugares de la tierra (poligenismo) . . . . . se encargó con mucha oportunidad al Padre V. Marcozz1, S. J., cuya competencia en el campo paleantropológico es bien cono-– cida, de hacer escuchar en primer término, la voz de la ciencia sob1·e los dos problemas en cuestión. Sus conclusiones fueron que el origen del hombre por evolución no puede probarse científicamente, pero que sin embargo, no faltan argumentos, o al menos indicios no despreciables que parncen darle una cierta probabilidad .... Los PP. Flick y Lennerz, estudiaron ulteriormente los dos pro– blemas desde el punto de vista filosófico y teológico. Según el P. Flick, filosóficamente son posibles varias hipótesis sobre el origen del cuerpo del primer hombre; que Dios lo haya creado de la nad--i, juntamente con el alma, o bien que se haya servido para formarlo de una materia anorgánica o ya organizada; tampoco repugna que Dios, interviniendo no sólo como causa primera, sino como causa principal, haya utilizado como instrumento la fuerza generativa de un bruto para formar aquel cuerpo en que él infundiría un alma espiritual. En todos estos casos se debe admitir una intervención espPci;:I de Dios en la formación del cuerpo de Adán, y aún en el último, ,•~ta in~ervención excluye que el primer hombre pueda decin;(! V(•rdadPra- --- 1X7 -
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