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Esta dualidad se explica hasta cierto punto en un hombre que posee los conocimientos científicos que adornan al Dr. Hernández. Un profesor de fisiología experimental no puede aceptar hoy las creaciones aisladas de los seres orgánicos, porque el estudio comparativo de las funciones en la se– rie animal, le demuestran con abrumadora elo– cuencia que todos los seres vivos están unidos por inquebrantables lazos de parentesco anatómico, y que es imposible separar la función de la con– dición de estructura. Pero como el dogma de la creación del hombre especialmente hecho por Dios, se opone como infranqueable abismo entre el principio científico y el sentimiento religioso, el Dr. Hernández no acepta el origen simiano del hombre, y separa este ser de la evolución general de los organismos; pero difícilmente podría el Dr. Hernández, demostrar esta separación orgá– nica en el terreno de la ciencia positiva, sin em– plear la hipótesis de la creación especial, hipóte– sis que rechazan a un tiempo la Anatomía com– parada, la Embriología, la Paleontología, la Te– ratología y la Fisiología Experimental. Por esto en su libro el Dr. Hernández pasa por encima de todas las teorías generales de la Bio– logía: ni las aplaude ni las combate; teme herirse con las propias armas que sirven de fundamento a la enseñanza científica. Es lástima que el Dr. Hernández no haya agregado a su libro un capí– tulo sobre el origen de los organismos elementa– les, en el cual hubiera discutido la teoría de la generación espontánea, que Delgado Palacios y yo hemos sostenido en la tribuna de la Academia de Medicina. No obstante que el Di•. Hernández y yo perte– necemos a escuelas filosóficas diametralmente opuestas, una sincera amistad nos ha unido siem– pre y yo me he complacido en toda época en pro-
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