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Un mocito de la hacienda que llegaba de abrevar los:. ganados, llev6 la esquela a la novia. Ella se asustó, se que– dó un momento pensativa con las manos en la boca. Era linda y morena, con unos ojos lejanos y valientes. Lo mis– mo que una andaluza de cara ovalada y talle escultural. Leído el papel, ella, la asustada, miró a la ventana, lejos, y no lloró. De repente le brillaron los ojos con una alegría sin sentido. ¿ Por qué? Era como si hubiera encontrado la solución al difícil problema. Siguió sonriendo. La solu– ción se iba perfilando en su sonrisa y en sus sueños. De pronto se puso a trajinar afanosamente en las alco– bas y en los baúles. Apartó muy pocas cosas, y las puso sobre la mesa. Lo indispensable. Era una mujer valiente que sentía un hondo cariño hacia aquel mozo bien plantado y cariñoso, que sólo soñaba en hacerla feliz. Cuando llegó la media noche, Benigno, decidido y va– liente, se acercó a sus padres, y se hincó. La candela bri– llaba asustada, temblando en las sombras de las paredes. -La bendición, mi padre. -Que Dios te bendiga, mi hijo, y te libre de todo mal... El mozo se levantó, y dió un beso a su madre. Nadíe· lloraba. Era el momento de ser decisivos, y de mostrar grandeza de alma. Benigno montó en su mula, y se alejó silenciosamente por las oscuras callejas del pueblo. Ni se oía el repique de· las herraduras de la bestia. Todo estaba previsto. La. bestia llevaba enfundados los cascos para que nadie supiera. la huída precipitada. De pronto, la mula, alarmada, se detuvo, y el jinete se· irguió para avizorar. La sombra de una caballería estaba deten:ida a la puerta de los Cisneros. Ya no era hora de volver la cara atrás y el posible peligro de su amor, le dió valor para adelantarse. Despacito se fué acercando, y oyó, todavía lejos, un siseo y unas palabras que alborotaron elí alma. -16-

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