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una palabra, y creyéndolo ofendido, le preguntaba humil– demente si le había faltado en algo, pues no le hablaba. En– tonces, él, tomando una actitud cariñosa, pero sin confesar que lo hacía por virtud, le dirigía unas palabras cariñosas que la tranquilizaban. 17.-Nunca se le oyeron palabras de crítica o de falta de caridad. A tal extremo llegó en este sentido, que un día, habiendo asistido a una conversación en la que se había faltado contra la caridad debida a nuestro prójimo, a pesar de no haber sido suscitada por él la conversación, su con– ciencia, cuando quedó solo, no le dejaba reposar de remor– dimientos. Entonces desde el centro de la Ciudad se dirigió a la distante iglesia de La Pastora, donde hacía de párroco su confesor, capuchino, el P. Olegario, para reconciliarse. Pero como por el camino topara de· casualidad con un sa– cerdote, se le acercó reverentemente a consultarlo. -Perdone, Padre, que lo detenga y le moleste. Acabo de asistir a una conversación en la que se ha faltado a la caridad contra el prójimo. Yo no la he suscitado, ni he tomado parte en ella. Solamente la he escuchado. ¿ Será pecado? El Padre sonrió viendo la diáfana claridad de aquella alma grande que se torturaba por pecados imaginarios, y lo tranquilizó, diciéndole que no tenía necesidad de ir a reconciliarse, pues no había cometido pecado alguno. Para los que no sienten remordimiento por estos pe– cados que tanto ofenden al Señor, parecerá hasta un rasgo ridículo esta anécdota de la vida del doctor HERNANDEZ. Sin embargo, revela un alma finísima, sensibilizada en la vida espiritual hasta el extremo de, como sucede en los per– fectos receptores de radio, captar' ondas que otros recep– tores de menos. potencia no detentan. Si Dios ha puesto en el mundo estos modelos de santi– dad para nuestro ejemplo, miremos un poco hacia su vida para copiarla un poco también en nuestro vivir diario, en el que las faltas de caridad son agua colada; y porque pre- -155-

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