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La Mancha, derrotado, pero nunca vencido- a Caracas, donde por segunda vez se había comentado su casi-huída hacia Roma. Y tenía que llegar otra vez allá. . . Y el fan– tasma del ridículo se le presentaba de nuevo ante la vista, amedrentador, como un sueño malo ... "Nadie comprende lo que sería para mí tener que regresar a Caracas, después de haberme des– prendido de todo, y verme obligado a seguir la vida de antes; pero en todo se cumpla la volun– tad del Señor. Yo sé que el clima de Caracas me es muy favorable, y que allá, en pocos días, me acabaré de mejorar". (h) 21.-No era la enfermedad ni la muerte lo que le ate– rraba. Eran solamente dos cosas a cual más duras para él: la de tener que abandonar su ideal de ser sacerdote, re– nunciando así a la posibilidad del reingreso en la Cartuja, y el tener que volver, después de esta tercera y fracasada tentativa, a Caracas. El, ciertamente, no temía a la Muer– te, la Gran Libertadora, mejor todavía, la Hermana, en el sentido franciscano de la vida, que nos toma dulcemente en sus manos para llevarnos hasta Dios. Si ella es la que nos lleva al cielo, a los brazos del Padre Bueno ¿por qué temer– la? El mismo, tiempo antes, en conversación con una pa– ciente, le había dicho. -¿Qué será la eternidad, Doctor ... ?, le dijo la enferma, a quien él hablaba de los goces eter– nos. El le explicó lo mejor que pudo, y en el lenguaje más barato que le fué posible, lo que era aquello del goce sem– piterno de Dios. -Pero ¿para siempre, para siempre, Doctor? -Sí, para siempre ... ( h) París, 5 de mayo de 1914. - 145-
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