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D. César Hernández ya sabía estas noticias por el Pa– dre Dubuc, que le había escrito inmediatamente después de abandonar el Dr. HERNANDEZ el Colegio Pío Latino en dirección a Génova. Suponemos cuál sería la angustia de la familia ante estas noticias. Pero JOSE GREGORIO ]_os tranquilizaba con sus frecuentes cartas, en las que no los celaba nada de lo malo de su salud, para su tranquilidad, para que no creyeran que era todavía peor su salud de lo que él les decía. Les hablaba crudamente, con su sinceri– dad proverbial, y por eso todos lo creían, esperando que pronto estaría restablecido. Pero este restablecimiento no llegaba. Había venido mayo, y la salud no venía con los capullos y las flores. El Dr. Gilbert aseguraba que su restablecimiento seria, lo más pronto, para el otoño -era el de 1914, y le aconsejó que abandonase Europa, pues aún con la perspectiva de cura– ción, se exponía a otra pleuresía en el próximo invierno, si se decidía a pasarlo en Roma. 20.-"Ya podrás suponerte -escribe a César en una carta rezumante de humanos temores- en qué estado se encontrará mi espíritu, puesto en esta perspectiva de tener que regresar a Caracas, aunque todavía no he perdido del todo la esperan– za de que si llego a mejorar de aquí a junio o a julio, pueda ser que el Doctor opine que no me será muy peligroso permanecer en Europa". (h) Era la parte humana. ("¿Qué es en su vida, hermano, lo que más le ha repugnado?", le preguntó su Superior de la Cartuja ... -"El ridículo, Padre ... "). Nos explicamos ahora lo que tuvo que costarle aquel c-ambio de indumentaria en Caracas, a raíz de su llegada d1• la Cartuja. Era un hombre a quien le repugnaba ínti– rnamt>nte el ridículo. Y ahora tenía que volver otra vez - tni ()('r<l<Ín para él, si otra vc>z me recuerdo del Hidalgo de 1 11
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