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retiro claustral y aun le permite la entrada en la Cartuja, a fin de poner más de relieve la sinceridad de su fe, porque ello era necesario para la misión providencial a que lo había destinado: contrarrestar con el ejemplo, que es el argumento más eficaz, las corrientes intelectuales a que acabo de referirme. Pero lo aleja luego de la celda y lo vuelve a lo cátedra, porque ese era su verdadero campo de apostolado: allí el doctor Hernández habría de constituir un viviente tratado de apologética, peren- nemente abierto ante los ojos de la incredulidad. Para robustecer aún más esa misión apologética, el Señor le confió otra tarea: la de apóstol del bien ante el dolor, ardua .tarea que él satisfizo con puntual exactitud. Jueces mayores de toda excepción, como Razetti y Domínici, ponderaron la vasta ,ciencia adquirida por el doctor Hernández. Los alumnos que con– currían a sus lecciones, se hacían lenguas en elogio de la cultura del Profesor 'preeminente. La inmensa clientela que solidaba sus servicios, era un constante testimonio de alabanza a su pericia. Pero ni enfermos, ni alumnos, ni colegas suyos sopechaban la última razón que movió al doctor Hernández a conquistar, me– diante un estudio tenaz, aquel prodigioso cúmulo de conoci– mientos: la caridad. Se propuso saber mucho y lo consiguió, no para una vana complacencia personal, sino para ser siempre úi'il a los necesitados. En otros términos: se empeñó en ser un ins– trumento perfecto a fin de cumplir plenamente ese apostolado del bien ante el dolor que le encomendara la providencia del Señor. Por este aspecto, la figura del doctor Hernández se capta, no sólo la admiración, sino la más cordial simpatía. Corona y cetro son atributos naturales de la ciencia, porque ella es reina ,en los dominios del espíritu. Cuando esta soberana se dedica al_ servicio exclusivo de la caridad, el mundo contempla una belleza moral que llega hasta aquel supremo grado señalado por la lengua con el calificativo de sublime. Y así, esplendorosa y sen– cillamente sublime fué la vida que se describe en ette libro. Como para grabar de manera perpetua en la memoria de los hombres esta sublime belleza, al doctor Hernández lo sorprendió la muerte en el instante en que realizaba un acto de caridad unido al ejercicio de la ciencia: cuando lo atropelló el automóvil ,que puso fin a sus días, llevaba en la mano las medicinas que -12-

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