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7.-En el Seminario se volvió a encontrar con su anti– guo amigo y maestro de latín, ahora Padre Mariano Vega, que en este tiempo desempeñaba el oficio de Rector del Se– minario Menor. El mismo nos recuerda aquel espíritu de mortificación que había adquirido en la Cartuja y que ad– miraba a todos. Cierto día, pór descuido de los cocineros, se pusieron en la mesa unos huevos de cuya frescura se podía muy bien dudar por el argumento del olfato. Un gesto de repugnan– cia se reflejó en todos los semblantes, y algunos se levan– taron de la mesa a causa del hedor. JOSE GREGORIO, como si no se hubiera dado cuenta de nada, se tomó el que le habían puesto, con admiración y edificación de todos los seminaristas. Gesto de mortificación y dominio de sí mis– mo que fu€ para todos un 'ejemplo. 8.-Gustaba JOSE GREGORIO de pasear en los re– creos con su antiguo preceptor, en los veinte días que duró .su estancia en el Seminario. Prefería la conversación so– bre temas filosóficos y el P. Vega recuerda alguna discusión sobre la distinción de la esencia y la existencia. Le gustaba hablar también y lo hacía con delicia, de la vida de los <;;an– tos y de su imitación. Las empresas arduas le llamaban con atención de altura y de abismo. No había nacido para las empresas caseras y anhelaba ser un cóndor de su tierra andina más que humilde ave de corral. Y todas estas conversaciones y anhelos, con una natt..- ralidad tan humana, que nos confiesa ingenuamente el P. Vega: "Lástima que yo hubiera sabido esto. . . . Hubiera recordado muchos incidentes de su vida, para ejemplo y edificación de los que leyeran su historia. Pero entonces, al verlo tan natural y humano, nunca se me ocurrió que s~ pudiera aspirar a elevarlo a los altares. . . . Claro que los santos no se hacen de otra madera que nosotros .... ". Así comentaba el P. Vega cuando le interrogamos sobre sus recuerdos referentes al siervo de Dios. Recuerda también el P. Vega que un día llegó tumultuosamente al Seminario una treintena de estudiantes que se lo querían llevar a la Universidad, sin quererle dejar siquiera que se desvistiese -131-