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pero yo espero con la ayuda de Dios lograr mi propósito". Se persignó varias veces, como quien sale a una arriesgada empresa y después de un intervalo que a mí me parecía muy largo, regresó sonriente con la buena nueva:- "El Superior ha consentido, por tratarse del sobrino de un santo, en que usted visite el convento. No se ima– gina el trabajo que ello me ha costado, pues el viejecito es muy severo y nunca permite la más ligera infracción a la Regla". De algo, pues, me sirvió mi parentesco con un santo, y, guiado por el fraile, emprendí la visita emocionante para mí, a través de los largos claustros y de las celdas vacías del convento. El pobre viejo tuvo la ama– bilidad de llevarme a la propia celda en donde es– tuvo Jos€ Gregorio; y bien comprenderás la emo– ción que experimenté al contemplar aquel cuarto pequeño y pobre, ocupado casi completamente por una humildísima cama y en comunicación por es– trecha puerta con el jardincito que él laboraba con sus propias manos, cubierto ahora de nieve y ligeramente iluminado por un anémico sol de invierno. Un gran Cristo, magro y de expresión doliente, acentuaba más, si cabe, la atmósfera triste, que fué el teatro de la tragedia de una vida. El fraile comprendió mi emoción y con voz apagada y lejana como de ultratumba, me refi– rió lo duro que había sido al Hermano Marcelo ( su nombre en el convento) abandonar la penum– bra mística para volver al mundo con sus vacuas algazaras. Fué un instante de enorme emoción que'me acompañará mientras viva. Siempre com– placiente el cartujo me condujo por una escalera estrecha al coro de la Capilla desde donde !ogré ver a los cartujos vestidos de blanco y entregadod a sus rezos como una fantástica procesión de es– pectros. "Esto no estaba en el prngrama, nw dijo, pero lo he hecho en obsequio suyo, y I>ios .v -12G-
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