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16. - Habían pasado diez meses en la soledad de la ·Cartuja. Dios se había contentado con el sacrificio de que .JOSE GREGORIO dejara su familia y su Patria, y le fuera a demostrar su gran cariño a tierras extrañas, en una forma de vida difícil. Por entonces no le pedía más. Nos representamos en estos momentos el alma de JOSE ,GREGORIO en relación a Dios, como el niño que intenta demostrar a su padre la fuerza de sus músculos, apenas hechos. El padre, viendo las pruebas de su enorme fuerza le intenta disuadir de que prosiga en su empeño, y el pe– ,queñuelo quiere continuar en las demostraciones de su ha– bilidad y su musculatura, levantando pesos superiores a sus fuerzas. Dios no le pedía a JOSE GREGORIO más que la demostración de su amor en un hecho difícil. Cuando Dios le quiso decir "basta", él se empeñó en que el Padre Dios tenía que ver todos los extremos a los que él era capaz de llegar para demostrarle su amor incondicional. Los superiores de la Cartuja, viendo claramente que Dios no lo llamaba para aquel género de vida, le disuadie– ron de continuar entre ellos, puesto que podía hacer más bien en el mundo en su ministerio casi sacerdotal de médico. 17. - Cuando le fué notificado que tenía que aban– donar la Cartuja, confiesa él mismo que fué para él un peso enorme que le cayó encima. No era capaz de recoger sus impresiones, que se le desbandaban y le ·agobiaban hasta el punto de que aquella noche apenas si pudo conciliar el sueño; que sentía su cabeza abr11mada por un peso im– posible de aguantar, y que faltó poco para que se le tras– tornara el juicio. El mismo confesó a una persona amiga el íntimo de– talle de que al salir de la Cartuja, y perder de vista aquel asilo de paz y de oración, tuvo que introducirse en la boca los tres pañuelos que llevaba en el bolsillo y apretar fuer– temente, para no gritar de dolor. 18. - Muchas fueron las causas que se dieron, unas verdaderas y otras ficticias, para su salida de la Cartuja. Sobre todas ellas estaba la voluntad de Dios, que no le .quería Cartujo. En la carta de Don Longin se nos dan -121-

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