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cillo; y que nos extrañamos de verlo marchar. Nunca supimos en realidad la causa de su salida". Otro hermano, cuya firma no hemos podido descifrar, nos lo presenta como una "naturaleza fina, delicada, mejor aún, refinada". Valga este epíteto en la traducción del francés, aunque su verdadero significado dice aún más. Nos da el detalle de que una de las costumbres monásticas que más le costó fué la de la tensura o rasuración de la cabeza. El P. Vicario, fr. Henri Marie Malabard, dice que: "Su rara modestia fué sobre todo lo que me impresionó: pasaba desapercibido como una som– bra. Ayudaba a la Santa Misa con una piedad profunda". El P. Anatole Mauben recuerda todavía, ya anciano, aquel "Novicio que era modestísimo, muy observante, y exactísimo en el cumplimiento de las ceremo– nias del coro, etc. Por su edad (tenía alrededor de cuarenta años), por su cultura (era médico), por sus virtudes y conducta irreprochable, con– quistó en seguida la. estima y el afecto de la co– munidad, y todos se complacían en ver en esta vocación un regalo del Buen Dios para el bien de la comunidad y para el porvenir de la Orden. Así recibimos una penosa decepción cuando su– pimos que M. Hernández abandonaba Farneta. En la comunidad no se conocieron los motivos de su salida. He aquí un detalle del que recuerdo. Se le preguntaba a M. Hernández cómo había llegado a conocer la Chartreusse, y qué lo había decidido hacia ella. El respondió sencillamente: -He leído tantas veces la Imitación de Cristo aquellas palabras que se refieren a los Cartujos, a los Cistercienses: "Qualiter omni nocte ad psa- -llfi--

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