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ese medio, que debería haberlo acogido como a hijo predilecto-,. muy pronto se le vuelve hostil y lo obliga a emprender otro, rumbo. Sin esta circunstancia, sin este aparente fracaso, él se· hubiera quizás radicado en cualquiera de nuestras pequeñas ciu– dades, donde distintos lazos, ahogando poco a poco en su corazón· el anhelo de completar en Europa sus estudios, lo habrían retenido, por toda la vida. Allí habría sido ciertamente un afamado mé– dico, de clientela vastísima, pero no el descollante Profesor que, después de Vargas, realizó la más trascendental reforma de los· estudios de Medicina en la Universidad de Caracas. Ansioso de santidad, ingresa en la Cartuja: la flaqueza de sus fuerzas físicas,.. que le impide realizar las labores manuales exigidas por la regla, lo obliga a abandonar el claustro. Años después, siempre con· el pensamiento puesto en la vida cenobítica, entra en el Semi– nario. Una grave enfermedad de nuevo lo aparta de esa senda. Sin estos contratiempos, sin estos fracasos, José Gregario Her– nández habría sido un cartujo ejemplar, pero tal vez hoy nadie pensaría en introducir su causa de canonización. No es lo mismo adquirir la santidad en la paz propicia del convento que en rned,o de las luchas, peligros, tropiezos y tentaciones del siglo. Por los fragmentos de cartas que en este libro aparecen, advertimos que el doctor José Gregario Hernández era un alma tan delicada como sensible. Ello nos permite entrever cuánto tuvo. que sufrir a causa de estos frdcasos, en especial, ante el último~ Dada la fama que auroleaba su nombre, su ingreso en la Cartuja fué acontecimiento que conmovió a toda la Nación. Conocient.10o él la sorpresa general que había despertado ese acto suyo, fácil es imaginar lo terriblemente duro que hubo de serle retornar a la. misma ciudad, para reanudar sus mismas tareas de médico y de. profesor, de las cuales se había despedido definitivamente. Si la salida de la Cartuja equivalía a la muerte de un ideal por muchos años acariciado, el regreso a las antiguas actividades en el propio lugar de donde había partido, significaba una ponderosa humilla– ción. Ambas cosas las soportó el doctor Hernández con una sorprendente serenidad. Pero esa serenidad era apenas el anli– faz que ocultaba a los ojos de los hombres la tragedia sólo patente a los ojos de Dios. Con el finísimo cincel de ese secreto dolor,. la Divina Providencia fué día a día esculpiendo esta noble alma. hasta convertirla en una obra maestra. -10-

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