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al departamento que ocupa el Dr. Hernández, el hombre de elevado entendimiento y de vasta ilus– tración, que ha dado tan hermoso ejemplo de fe a sus conciudadanos, aparece bajo el blanco sayal, conservando un continente natural y modesto; las comunicaciones de su alma con Dios, le han dado a su mirada una expresión que hace recor– dar lo sobrenatural y en su frente despejada uno creería descubrir los graves pensamientos de la eternidad. Su modo amable y recogido, no ha cambiado, porque se lo había dado la virtud. El recuerda a su Patria, su familia, con tanto más amor cuanto su corazón está más entregado a Dios. Yo no quise traerle al Dr. Hernández re– cuerdos que pudieran avivar el dolor de su sepa– ración, comprendiendo demasiado que él no ha dado este paso de su vida sin un gran sacrificio. El está contento, sí, con la complacencia interior que ninguna pluma podrá revelar, del hombre que ha oído la voz de Dios y ha vencido todos los obs– táculos para seguir esa voz. No habrá cosa que pueda arrebatarle la paz interior y su álma, pu– rificándose más y más de las miserias anejas a esta vida, se acerca, porque el tiempo pasa rápi– damente, al hermoso día de la liberación y del triunfo. Así lo esperamos. Fray Marcelo, que tal es el nombre que lleva en religión el Dr. Hernández, ora por su patria y por los suyos. A la salida de su departamento hay una imagen de la Santísima Virgen. Según la Regla cada vez que el religioso sale reza allí tres avemarías. Yo las recé en compañía del vir– tuoso e inolvidable amigo, siendo el único recuerdo que yo podía dejarle y él recibir este acto piadoso, en el cual quizás recordó una vez más, con santo afecto, la amada Patria, el lejano hogar y los suyos, tal vez dejados hasta la eternidad. Cuando ya en la puerta, con motivo de una broma usada -111-
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