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los HERNANDEZ. Ni una queja, ni una recriminación. Sabían dar a los sucesos de la vida una interpretación so– brenatural y alta, sin estrabismos del sentimiento y con un acatamiento resignado y gozoso a la voluntad dé Dios. Era la herencia que les dejaba JOSE GREGORIO, en su despedida, las enseñanzas de su vida, rica siempre en ma– tices de sobrenaturalidad. 14.-Y así, en junio de 1908, JOSE GREGORIO se embarcó, plena el alma de ilusiones, en medio de la tristeza que embargaba su alma fina, inteligente y cariñosa, casi podríamos decir necesitada. Los días de mar, monótonos, aislados, le fueron res– balando sobre el alma pesadamente, reñidas las horas de la alegría de saberse pronto totalmente de Dios, con las horas de inmensa tristeza de los recuerdos. La familia, sus clases, sus pobres, y sus enfermos. . . Todo ello le venía a la imaginación a aumentar la tristeza, y a valorar aquel acto de heroicidad que iba a hacer de su vida un holocaus– to. Había altamar en el océano, en los horizontes de su alma. Ya la consternación resignada habría llenado el alma de sus más queridos al leer la carta que JOSE GREGORIO les enviara desde Puerto Cabello, antes de embarcarse, con las últimas recomendaciones, los últimos consejos, y una petición de perdón que aún a nosotros, ajenos a este dra– ma vivido, nos emociona: "Les ruego a todos que me dis– pensen de todo lo que les he hecho sufrir; y que Nuestro Señor nos dé la dicha de volvernos a ver en el cielo ... " Este mismo cariño hacía que al escribir a Monseñor Castro, le rogara una disculpa ante su familia. Era una de las dos cosas que le había prometido Monseñor en la despedida: " ... y también para recordarle las dos cosas que me prometió, a saber: que iría a la Cartuja a. dar– me las órdenes en llegando el día, porque mi ma– yor deseo es recibirlas de manos de mi amadísimo Prelado; y también que no dejaría de disculparme

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