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8.-Nos refiere el P. Mariano Vega, entre sus recuer– dos, que un día se le presentó el Dr. HERNANDEZ, de parte de Monseñor Castro, Arzobispo de Caracas, con la recomendación de que le enseñara latín. El P. Vega todavía no era clérigo, y recuerda con afecto que fué precisamente el Dr. HERNANDEZ quien le hizo el regalo de la primera sotana, en premio a sus clases de latín. Para Vega eran un secreto los intentos ,del Doctor HERNAN- DEZ al estudiar latín; y al fin los descubrió cuando en los ejercicios de traducción prefería la Regla de San Bruno. El, y el Sr. Arzobispo eran casi los únicos que en Caracas sabían la determinación del Doctor HERNANDEZ de abandonar el siglo. Por espacio de cinco meses, de cinco a seis de la tarde, llegaba el Doctor HERNANDEZ, des– pués de sus visitas a los enfermos, a casa de Mariano Vega, con su lección aprendida - anota él - lo mismo que un muchacho. Recuerda que llegó hasta el Arte Métrica. El Maestro estaba orgulloso de un discípulo tan aplicado y tan despejado. Nunca tuviera otro igual. Después de la lección de la clase, como ejercicio de traducción, se ocupa– ban de las prescripciones minuciosas de un capítulo de la Regla de San Bruno. De esta manera, al mismo tiempo que del latín se iba posesionando del espíritu de fa Cartuja en los escritos de su Fundador. 9.-Nadie vaya a creer que este paso para su vida fuera fruto de un momento de exaltación mística. Fué el fruto de un estudio madurado y discutido entre el Direc– tor, Monseñor Castro y el dirigido, por espacio de diez años. Fué una primavera que tuvo -paradoja y contras– te- diez años de flores de ideales y de ansias de unión con Dios. Tenía en aquel entonces JOSE GREGORIO cuarenta y tres años, y estaba llamado a ser feliz en la vida por más de un motivo. Sin embargo, valiente y decidido, lo renun– ciaba a todo para entregarse a Dios de una manera incon– dicional y completa. Su ideal era hacerse sacerdote en la soledad y pasar los años que le restaran de vida en una continua unión con Dios en el retiro de la Cartuja.

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