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la Santa Capilla. Tenía predilección especial por los Siete Domingos de San José, por las Flores de María, en el mes de mayo, y por el mes de junio, dedicado al Sagrado Co– razón. Siendo entonces el médico más afamado de toda Cara– cas, no conocía el respeto humano, y se exponía varonil– mente a que algún malicioso, corto de vista estética y reli– giosa, lo tachase de "beato" y visitador de iglesias. Cier– tamente que nunca se oyó este mote del Doctor HERNAN– DEZ. Sabía cumplir sus deberes religiosos con tal digni– dad que nadie podía ver en él más que al caballero cristia– no, cumplidor de todos sus deberes a cabalidad. 7.-El Doctor HERNANDEZ era en su vida el hom– bre sereno y silencioso de que habla J. Guibert: "Los hom– bres silenciosos ~dice- no los que callan por ser nulida– des, sino los que hablan poco porque viven mucho dentro de sí mismos, son los hombres de grandes energías. Re– cl útanse entre ellos, de ordinario, los varones de genio y los santos, los que conciben y ejecutan vastos proyectos in– telectuales y artísticos, los que realizan inmolaciones heroi– cas en los claustros o en los grandes teatros de la cari– dad". (c). Parecen estas palabras escritas expresamente para él. Las grandes ideas y los grandes hechos de la Historia, siempre son hijos de los grandes silencios y de los grandes silenciosos. Sin ruido, sin atropellos, HER– NANDEZ llevaba su alma hacia las grandes cimas. El centro de sus anhelos en la vida espiritual fué una grande idea en la que Dios quiso solamente ver la buena voluntad, pronta y sincera. La idea de ingresar en la Car– tuja -a las regiones del silencio- para consagrarse de IIPno a Dios. No es el primer caso en la agiografía cató– lica, en que Dios se contenta con la buena voluntad, sin exigir la plena realización de un gran sacrificio. ( <') .J. Guibert. "L'education de la volonté". Citado en la obra de N 1·1 Íl<'Z l'ont1•, pág. 14!).

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