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' DR. JOSE GREGORIO HERNANDEZ 97 linos, Quién sabe por qué coloca a una criatura en tal es– lodo y no en otro, por qué la provee de tales facultades o de cuáles dones, por qué le adapta estas o aquellas fuerzas y In reviste de ciertos privilegios, para que, -como lo pien– :;a un autor-, si quiere hacer todo el bien que es árbitro de realizar, concurra por su parte al orden universal esta– blecido por la sabiduría infinita, al concierto de la obra di– vina, mejor que las estrellas del cielo o las flores de los pra– dos, las cuales corresponden también a su fin en el plan de In creación, pero no conscientemente, ni voluntariamente, ni ,:on amor. A su vuelta de Europa, precedido por los augurios de su i,qregia fama de estudiante, por la gentileza de sus modales 11rbanísimos, por la correcta circunspección de su conducta, r, ~flejos de su buen corazón y herencia opulenta de su clara 1 ,rosapia, que le iban ganando mil afectos y simpatías en , ,I recinto de nuestras familias, Hernández no tardó en adqui– , ir mayor número de amistosas relaciones y una clientela 1, 1n extensa, tan segura, como muy pocos galenos jóvenes , , viejos habrán podido contarla más rápida, ni más esca– ' 1 rda, ni más valiosa, para asentar su reputación con hala– ' 11 ruña lisonjería. Tal fue el hecho; y todos se preguntaban cuál secreto lt•rrdría para hacer renditivo el tiempo aquel mozo a quien !, · nlcanzaba para todo, para la oración igual que para el ,-::l1idio, y quien sin otro vehículo sino el natural de sus pies, , ·, ,1110 buen prosélito franciscano, a pasos menudos y .ligeros, 111 , bien recorría la ciudad de extremo a extremo en la vi– ,, 11, r de los enfermos que se le confiaban, como atendía en 1,, Universidad al horario justo, preciso, inalterable, de su
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