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80 DR. J. ]VI. NUÑEZ PONTE cierta gracia suya inolvidable: Yo lo pinto; y tomando las tizas de diversos colores y vuelto hacia el pizarrón, dibujaba de verdad, con esmeradísimo arte, con precisa maestría, y hacía casi palpar la evolución prolífera de aquellos peregri– nos organismos! Sus discípulos y sus colegas mismos le respetaron desde entonces y rindieron las mejores aquiescentes pruebas a su idoneidad y pericia, a su adestría singular, a su intensa men– talidad, a su ubérrima labor científica; pruebas que vinieron a resumirse espléndidamente con los testimonios producidos en la ocasión de su muerte. "El sabio casi niño" le nombró desde esos primeros años el co'1lpetente doctor Rísquez, pa– dre. Concebido el proyecto de constituír la Academia Nacio– nal de Medicina, el doctor Hernández necesariamente fué de los designados en primer término miembros de número para la fundación de dicho honorable Cuerpo, orgullo de la cien– cia venezolana. Antes de Hernández, las enseñanzas no pasaban de me– ras figuras pintadas en los textos, palabras que se apren– dían y se repetían de coro; cuando más, alguna escasa prác– tica rutinaria en los llamados hospitales. Con él y después, acabaron los resabios; fueron ya fenómenos que se observa– ban; hechos, apreciaciones biológicas que se podían verifi– car por una experimentación sistematizada y científica. Por– que él fué quien trajo aquí el primer gran microscopio y en– señó su manejo, sus empleos, su importancia; el que hizo co– nocer la teoría celular de Virchow, la estructura misma de la célula y los procesos embriológicos; el que puso a estudiar y calcular la cantidad de glóbulos sanguíneos; el que coloreó los microbios y los cultivó en obsequio de los clínicos; el que realizó las primeras vivisecciones, con que sus discípulos pu– dieron darse cuenta, por propios ojos, de las maravillosas funciones de la vida animal.

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