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76 DR. J. M. NUÑEZ PONTE biente de la Patria se tornó de súbito impropicio a la serena elaboración de la idea de ciencia; una tempestad de pasio– nes se desató con furia y amenazó ahogar en pozos de ren– cores y de odios la primeriza flor de la República. Y cuando ya parecía serenado el ambiente, y del seno mismo de la catástrofe había surgido como una blanca flor propiciatoria la cándida paz, un hado adverso, una sombra fatídica como de cóndor rapaz sobre tímido rebaño, cayó sobre la madre Universidad, y la ruina, el abandono y el silencio volvieron a reinar en aquella entraña de la Patria, que habían seño– reado, como sublimes deidades, Bolívar y Vargas. Herida en las propias fuentes de su existencia material, la Univer– sidad de Caracas dejó de ser entonces el foco del progreso científico de la República; y hasta llegó a iniciarse en ella un torpe movimiento regresivo, que la habría llevado a los más ignominiosos términos". (3). En efecto, la ignorancia y el atraso se pusieron a la larga en evidencia formidable. El favoritismo de la polí– tica, por otra parte, fue en veces móvil funesto para la pro– visión de las cátedras; y se dió el caso de que ante la inep– titud de profesores, los cursantes se viesen obligados a so– licitar catedráticos supernumerarios fuera del instituto. Los maestros de la Facultad, fervientes adeptos de la escuela de Broussais, seguían atribuyendo a la irritación e inflamación la misma influencia preponderante que Vargas y sus contem– poráneos le asignaban en la patogenia de las enfermedades; y sus teóricas disertaciones sobre la estructura de órganos y tejidos, no se aventuraban más allá de los añejos concep– tos de la fibra y la membrana. Como nota del retardo, las doctrinas pasteurianas, no obstante contar ya lustros de vida, no habían encontrado quien las comentara ni declarara. En (3) Elías Toro. Discurso en el Primer Congreso Venezolano de Me– dicina.

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