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60 DR. J. ;\!. NUÑJ<;z PONTE Nada era bastante a disiparle, a divertirle de la línea que se había trazado de antemano. Ni había quien no conociese la derechura estricta y resuelta de su conciencia, como b insigne pureza y castidad que le señalaba ya acaso entre algunos como piedra de contradicción. Esa limpieza de co– razón que conduce desde aquí abajo a la visión de Dios, centro de nuestra felicidad, que nos mantiene a sus ojos, es para el alma manantial inagotable de toda luz, de toda con– solación; y el espíritu se alza, se embellece, se acrecienta con esa característica que es el primer eslabón del perfec– cionamiento humano, el dón primero de la vida sobrenatu– ral Por eso era HERNANDEZ tan superior de espíritu, por– que disfrutaba de tales cualidades en un grado elevadísimo y perenne, sostenido por los dulces y soberanos efluvios de la gracia. Mediante esta influencia es como se explica y se puede estimar la energía invalorable de aquellas almas que se encumbran en la virtud y subliman su existencia, sintién– dose constituídas en uno como goce inefable, infinito, del amor divino. En semeiante altura el alma no necesita sino de Dios: en El se gloría y por El sufre; a El refiere sus triunfos y sus Júbilos; por El renuncia los bienes y satisfacciones No pocas veces el Joven estudiante es solicitado por entreteni– mientos, diversiones, tertulias, bailes y otras pruebas propor– cionadas a su edad y condición, a su decoro y representa– ción sociai. Acaso guste con delicia de esas expansiones del ammo, que no son por sí mismas prohibidas; pero por cuanto en ellas se aventura, sí es prudente mirarlas con recelo y des– confianza, según San Francisco de Sales, quien las compa– raba con la comida arriesgada y peligrosa de hongos. La moral católica, que no es doctrina de mutilación ni de nimios escrúpulos, no rechaza esas reuniones, esos festejos, que al
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