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DR. JOSE GREGORIO HERNANm~z 59 cepcionalidad típica, causa de asombro que muchos no se sabrán explicar, hállanse estas virtudes que queremos co– menzar a explanar ahora: su íntegra honestidad, su espíritu de mortificación, y como corolario, su finura de conciencia. Es muy común ver borrarse el brillo de una inteligencia merced al sensualismo juvenil, a la preponderancia de la materia, a la primacía de los placeres de la carne. Paulati– namente se van apagando los rútilos fulgores de cerebros jó– venes, que enantes fueran promesas, por la irrupción de la concupiscencia: Venus furatur intellectum. Llega de su pro– vincia un apuesto mancebo, y luego al punto es atraído por infinidad de falaces incentivos, pérfidas voces de sirena, que por sobre todas las cosas tienden peligros a la probidad y pu- reza de sus costumbres. Si no tiene muy firmes su fe y sus virtudes, sucumbe y se malogra a los primeros impulsos de la pasión voluptuosa, y va cayendo en una sucia pocilga, y se le puede reprochar con el lamento de Dante: ¡O me, Agnel, come te muti! Desgraciadamente, nuestros jóvenes, ni muy religiosos ni muy fornidos de alma ni de cuerpo, se dejan llevar y seducir por amigos, por espectáculos, por libros per– versos, por tantas otras circunstancias y emociones de no– vedad, que les distraen bastante lejos de los nobles fines de su carrera, les perturban y trastornan la clareza de su por– venir. Envueltos a poco en la ola nefanda del placer, no saben cómo resurgir a flote. "Los que abandonan a Dios serán confundidos" (6), ha dicho un profeta; pero "para los que confían en El, dijo otro, no hay confusión posible" (7). Por estos particulares, la vida de HERNANDEZ era como un cristal límpido y luciente; libro abierto en que podían leer todos, y sus ejemplos tocaban al fondo de los corazones. (6) Jeremías, XVII, 13. (7) Daniel, III, 40.

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