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58 DR. J, M, NU:REz PONTE grafo don Ramón Azpurúa, quien diariamente iba en perso– na, como a pulsar por sí mismo el estado del estimable pa– ciente. En esta coyuntura, crisol de donde había de salir como oro depurado, la conducta cristiana de HERNANDEZ resplan– deció igualmente por lo valerosa, edificante y ejemplar. Co:-i. entereza de ánimo soportaba la molesta dolencia, sometién– dose sin chistar a las prescripciones facultativas; y a su pro– pia petición, el Pbro. Dr. Juan B. Castro, su director de con– ciencia, y para entonces Rector de la Escuela Episcopal, le administró los santos sacramentos, que él recibió con mues– tras de piadosa unción y fervor, disponiéndose resignado a morir si ello era la voluntad de Dios. El recuerdo de estos cariños, de esta atención médica y espiritual, mayormente apreciados por hallarse él lejos de los suyos, se mantuvo siempre vivo como una llama en el corazón agradecido del doctor HERNANDEZ. Tras ligera convalecencia, como si tuviese en nada el debilitamiento cerebral y demás estragos, ordinarias secue– las de la terrible enfermedad, el joven reanudó con el mismo o mayor brío los estudios, con la misma exactitud concu– rriendo a las clases, a las que se dice no faltaba por ningún motivo, ni por fiestas improvisas, ni por caso de lluvia, ni aun por quebrantos de salud. Hízose prestigiosc:i y prover– bial entre el grupo universitario, aquella puntualidad suya, tanto como la magnitud de su talento, la progresión crecien– te de su saber y la excelencia manifiesta de su intachable conducta. Entre las partes morales superiores que figuran ya con cierto nimbo de distinción en la vida del estudiante, y que harán luego de la persona del doctor HERNANDEZ una ex-
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