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50 DR. J. i\J. NUÑEZ PONTE asentir a prejuicios o errores tan generalizados y comunes: era menester gran fortaleza e independencia de carácter para sostener la conducta en harmonía con las convicciones, y singlando contra viento y marea, como barco bien blin– dado, por aquel piélago de burlas y de sátiras, salir airos:::i a ia orilla cant:::mdo victoria. Cuantos hemos frecuentado la Universidad, sabemos las capitulaciones de conciencia a que se halla expuesto un joven frente a los espíritus fuertes que allí abundan, los cua– les, como dice Gillet, son llamados así por ironía, ya que a menudo no tienen ni fuerza ni espíritu; pues la fuerza la de– rivan de la pusilanimidad de aquéllos a quienes dominan, y el espíritu, el talento, de la cobardía de aquéllos de quie– nes se burlan (4). Obsérvese, piensa más o menos el mis– mo autor, la facilidad con que mozos de fe poco profunda, ;4) No será por demás recordar aquí lo acontecido a bordo del vapor Lafayetle, por octubre de 1882, con motivo de una horrorosa tem– pestad en que peligró la gran nave trasatlántica, para que se vea cómo son más bien niñerías los argumentos de nuestros jóvenes universitarios 2ontra la religión. Casi lodos, tarde o temprano, vuelven a la fe de sus madres_ y no sólo ellos sino sus mismos maestros, siguiendo el ejemplo de un Littré, de un Claudia Bernard: así, muy reciente y consolador, el del sabio doctor Rafael Villavicencio, quien en su lecho de enfermo se abrazaba a la imagen de la Virgen y la besaba con exclamaciones tier– nas v conmovedoras; y así tenemos la esperanza de que otros lo harán igual, para quienes la gracia está dispuesta y la intercesión de HER NANDEZ no cesará. La referencia del caso la tomamos de la obra Tri– nidad, Journal d'un miss,ionaire dominicain, etc., por el R. P. M. Bertrand Cothonay, que fué conocido en Caracas y había sido testigo presencial del hecho. "A bordo, dice el autor, teníamos varios incrédulos o espíritus fuertes; pero, yo puedo afirmarlo, no han sido fuertes ante la tempestad: la desesperación y el más indecible terror se pintaba en sus rostros. En particular, algunos jóvenes venezolanos, que volvían de las Univer– sidades de Francia o de Alemania, se habían burlado de nosotros du– rante la travesía, y nos habían declarado solemnemente que no creían en Dios. Pues bien, a la hora del peligro, agrupados a nuestro rededor, hacían grandes signos de cruz, recitando en alta voz actos de contrición y agregando de trecho en trecho: Oh, María Santísima! Y nos suplica– ban que no nos alejáramos, a fin de que les diésemos la absolución, cuando toda esperanza estuviese perw.da !"
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