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36 DR. J. M. NUÑEZ PONTE - ---------------------------------- de 1867, durante una visita pastoral a aquel cantón, recibió el sacramento de la confirmación de manos del reverendí– simo Obispo de Mérida, doctor Juan Hilaría Boset; ceremonia en que estuvo apadrinado por el Pbro. Francisco de Paula Moreno. La Casa de los Hernández, de rancia alcurnia y larga genealogía, procedente de los viejos y linajudos solares can– tábricos, de aquellos señoríos e ínfanzonazgos que en lo an– tiguo dieron tántos próceres y brillo tanto a la historia mon– tañesa, y luego después a otras regiones de la Monarquía, envió a Venezuela, por los comienzos del segundo tercio del siglo XVIII, bajo la gobernación en Caracas de su notable miembro: don Ruy Hernández,- una de sus ramas, no la menos ilustre y valedera, la de los Hernández de Yanguas, la cual a poco echó raíces, devino florentísima y cuajó ricos frutos en la ciudad de Boconó. Al recorrer los claros y me– morables verjeles de aquel plantío nobiliario, es grato en– contrar, cual retoños de energía, repetidos y dignificados, nombres que son de tradición y símbolo en su seno: José Gre– gario, César, Benigno, Benjamín; así como también aspirar el blando aroma de místicos efluvios de que algunas de sus mujeres embalsamaron los claustros, dejándolos impregna– dos con fina esencia de santidad. La infancia de HERNANDEZ crece y se desarrolla en fe y en piedad, al frescor de aquel ambiente sano, belemítico, favorecido de atrás por tantos dones, saturado del bendito amor de Dios, como semílla de gran precio depositada en terreno apto y fértil, que presto adquiere considerable poder germinativo y fecundo. Arrullándole en su cálido regazo de mujer fuerte, la amante madre muestra a su Gregario e! cielo y comienza a darle elevación a su mente: el hijo, por su parte, busca en la mansión divina las fragancias que exhalará su alma, y muy bien podría decir lueg.::,: -Mi ma-
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