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DR. JOSE GREGORIO HERNANDEZ 285, salir de la onda líquida y por ello cubría castamente su des– nudez con tela abundante de profusos pliegues. Su rostro ovalado y de una deslumbradora dulzura estaba iluminado por una sonrisa celestial; y su mirada, rica de inmortalidad, se dirigía vagamente a lo lejos como si estuviera mirando el desfile de las generaciones seculares que habrían de venir a contemplarla sin saciarse jamás de admirar su belleza. Me sentí corno poseído de un verdadero éxtasis producido por aquel esplendor, y hubiera deseado nunca más salir de ese recinto encantado, hasta que una voz me sacó de aquel arro– bamiento, la cual descendiendo de lo alto exclamaba: "Oh hombre 1 admira el poder creador de que disponen los de tu raza 1 Pueden ellos transformar la fría piedra en un sér como éste que ves palpitante de vida, el cual representa el ideal perfecto de la bellezc, 1" Pero sin dejarme oír más, la Aparición me obligó a con– tinuar nuestra marcha. Corríamos sin descanso y pasába– mos como una exhalación por los aires, absolutamente como si atravesáramos los continentes y los mares. Después me dijo de nuevo: "Mira enfrente de ti, no tienes tiempo que perder". Ví un caudaloso río azul de dormidas aguas sobre las cuales se habrían debido cantar las baladas antiguas. A su orilla izquierda estaba extendida amorosamente una gran ciudad, una ciudad antigua es verdad, pero tanto en los pa– sados como en los presentes tiempos, gloriosa y heroica. Co– mo dominando la ciudad, se levantaba majestuoso el edificio espléndido de la Catedral cuyos contornos se dibujaban ma– ravillosamente en las aguas del río. En la fachada se levan– taban dos altísimas torres rematadas en atrevidas agujas, y toda aquella construcción era una verdadera filigrana de pie– dra, monumento acabado de beileza y ejemplar perfecto del

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