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284 DR. J. M. NUÑEZ PONTE estaban afanados recogiendo unos objetos que ciertamente eran pedazos de pan y restos de pescado, los cuales iban co– locando cuidadosamente en cestos. De pies sobre una pe– •queña elevación del terreno y dominando aquel espectáculo estaba El, resplandeciente en su divinidad y con las manos omnipotentes levantadas al Cielo en actitud de dar gracias. Un frío intenso producido por la emoción circuló por todo mi cuerpo; pensé que iba a morir. Entonces hice un violen– to esfuerzo sobre mí mismo, tratando de recobrar mi libre personalidad, como quien procura despertar encontrándose en medio de una pesadilla. Casi recobré el uso de mis sen– tidos, de tal suerte que empecé a distinguir los objetos de la habitación y hasta oí claramente la voz de un granuja que gritaba en la calle: "Para el miércoles! El cuatro mil trescien– tos cincuenta y nueve"! No pude luchar por más tiempo, y volví a caer en mi le– targo. A mi lado estaba todavía la Aparición, que me dijo con aire de comprimida cólera: "Estás bajo mi autoridad; aunque no quieras, has de prestarme atención hasta el fin". Y agarrándome con fuerza por un brazo, me condujo veloz– mente y como si fuera llevado por una ráfaga de naciente huracán. Llegamos al cabo de largo tiempo a un silencioso y dilatado recinto, que al principio creí había de ser como un recinto mortuorio; pero luégo pude convencerme de que ,era un espacio cerrado en el cual se distinguían grandes ma- sas de jaspeado mármol que custodiaban la entrada y se ex– tendían a lo lejos. Por dentro de ellas se encontraban lujo– sas columnas, preciosos monolitos de mármol de raros colo– res que contribuían con sus matices a dar belleza y harmo– nía al conjunto. En el centro de aquel recinto se levantaba esbelta la fi– •gura de una mujer de blanco mármol. Parecía acabada de
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