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282 DR. J. M. NUÑEZ PONTE Entonces pude ver en el dosel del trono en que se halla– ba el recitante esta inscripción en letras refulgentes: "Poesía! Eres de todas las bellas artes la más excelsa! Eres el arte di– vino!" Comprendí que íbamos a salir de aquel encantado re– cinto, y una vez fuera de él continuamos nuestro aéreo viaje con rapidez. Muy distantes debíamos encontrarnos, a juzgar por lo largo del tiempo, cuando empecé_ a sentir como el am– biente perfumado del bosque y a notar el silencio inaprecia– ble del desierto, apenas interrumpido por el ruido de las co– rrientes de aire que levantábamos a nuestro paso. Era evi– dente que entrábamos en un lugar solitario y silencioso. La Aparición me habló diciéndome: "Cierra bien los ojos y apres– ta los oídos". Obedecí al punto y puse todo mi esfuerzo en oír. De aquella ignorada región de la tierra, de aquel rincón bendecido del mundo, se elevaba un canto celestial. No pa– recía formado de voces humanas, y hubiérase creído que al– gunos de los coros angélicos lo entonaban. Compuesto so– lamente de voces, sin ningún acompañamiento de orquesta, la frase musical estaba formada por una melodía grave y pausada que en algunos momentos parecía un lamento, un sollozo o una súplica, pero que en otros instantes tomaba los grandiosos acentos de un himno triunfal. En mi alma se des– pertaban emociones del todo semejantes a la expresión sen– sible de aquel canto, que me traía el recuerdo de dulces días, de días serenos y apacibles de mi vida, quizás pasados para siempre. La Aparición me habló con voz emocionada y me dijo: "Es el himno cartujano que noche y día sube al cielo a pedir misericordia por el pobre mundo. En el de– sierto viven esos. seres como ángeles formando el jardín pri– vilegiado de la Iglesia".
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