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276 DR. J. M. NUÑEZ PONTE Los hombres duermen o corren al placer olvidados de Dios. Mas la campana vibra fuerte y pausadamente su voz metálica, que recorre el ámbito espacioso y es reflejada en las colinas cercanas. Todo se estremece en la oscuridad. Las puertas de las celdas vanse abriendo una a una y dando sa– lida a los religiosos con sus blancas vestiduras, los cuales marchan reposadamente en la oscuridad como sombras va– gas que se dirigen al coro. En la capilla brilla apenas la luz de la pequeña lámpara que arde ante el tabernáculo. Reina un silencio total, no in– tenumpido ni siquiera por los blandos pasos de los religio– sos, que van colocándose en sus puéstos en el coro y quedan allí inmóviles como estatuas y sumidos en profunda oración. Transcurridos breves instantes calla la campana. A la escasa luz de la lámpara se inventan también en la nave vi– siones fantásticas. Los libros corales proyectan sombras que semejan las ruinas de algún templo pagano y sobre las losas del pavimento aparecen como las calaveras y osamentas, co– mo las grandes tibias de esqueletos descomunales. Sobre el ara, el Cristo abre los brazos a la humanidad redimida como promesa inviolable de definitivo perdón. Una señal que parte del fondo del coro interrumpe aquel recogimiento profundo y se da comienzo al canto. En primer lugar se dice el Invitatorio, la invitación fraternal, el llama– miento a cantar las glorias de Dios en tono de alegría y es– peranza.-"Venid, ensalcemos al Señor, alegrémonos en Dios nuestro Salvador ... Nosotros somos su pueblo ... Al oír hoy su voz no queráis endurecer vuestros corazones. . . Venid, adoremos al Rey. . . Largo rato continúa el himno haciéndo– se cada vez más instante, como si quisiera convocar y con– gregar al mundo entero para aquella cándida fiesta del puro amor.

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