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DR. JOSE GREGORIO HERNANDEZ 273 -En ese caso, dijo Carlos con aire de triunfo, el motivo más fuerte es la decisión de cumplir la ley del ayuno. -Estás en la plenitud del error, mi sobrino, porque co– mo acabo de decir, es un hecho demostrado por la experien– cia que de todos los móviles humanos los más poderosos son los apetitos corporales, por lo cual la lucha contra ellos cons– tituye el lado doloroso de la vida. Además podemos verifi– car todos esos actos experimentalmente y siempre la concien– cia nos atestiguará la existencia de la libertad. Yo observaba al joven y experimentaba una verdadera delicia al ver que en su clara inteligencia había entrado la buena doctrina. En aquel momento, la máquina empezó a disminuir la velocidad y Carlos, levantándose de repente y dirigiéndose a la puerta, exclamó: - Ya llegamos. Después que hubo salido, dijo la señora: -¿Crees tú, Felipe, que Carlos irá abandonando todas esas malas ideas y que podré verlo volver para siempre a su Catecismo, que con tanto desvelo le he enseñado? -Tranquilízate, querida hermana, le respondió Don Fe– lipe levantémdose para salir; todos, unos más y otros menos, nos hemos divorciado del Catecismo en esa época de la vi– da, y hemos dado acogida a la novedad de esas ideas tan cónsonas con el estado psicológico producido por el cambio de la edad. Pero después, poco a poco vamos despojándo– nos de ellas y entonces florece espléndidamente la primera siembra, sobre todo cuando el sembrador fué una madre co– mo tú. Yo me quedé con el corazón entristecido al pensar cuán· tos hay que permanecen definitivamente divorciados del Ca– tecismo, por carecer de una mano amiga y amante que les haga fácil la vuelta.
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