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268 DR. J. M. NUÑEZ PONTE El caballero y la dama tomaron asiento a mi frente. La señora vestía traje y sombrero negros de gran lujo y elegan– cia, y la dulzura de su fisonomía, al propio tiempo que todo el continente de su persona revelaban la distinción peculiar a las personas bien nacidas. Respiré con satisfacción pensando que si la compama no aumentaba haríamos un viaje bastante agradable, y ma– yor placer experimenté al ver que en el instante de partir el tren, la señora hizo piadosamente la señal de la cruz. Entonces mi compañero arregló su libro lo más cómoda– mente que pudo para continuar su lectura, que por lo visto le interesaba sobremanera. Movido de curiosidad, traté de ver en su libro con discreción, mirando por encima del hom– bro, y leí lo siguiente: "El hombre naturalmente desea saber; la presencia de lo desconocido le molesta; todo lo que es misterio le inquie– ta y estimula; y en tanto que le dura su ignorancia, expe– rimenta él un tormento que cede su sitio al placer, cuando aquella llega a ilustrarse". La señora viéndole absorto en la lectura, dirigió la pa– labra a su acompañante con voz intencionalmente fuerte co– mo para hacerse oír del joven: -No me gusta ver que Carlos se entregue tanto a esas lecturas, las cuales me parece que le pervierten sus buenos sentimientos. El caballero sonrió con bondad fijando su mirada en Carlos, con el mismo agrado con que se viera en el espejo ahora treinta años. Carlos levantó los inteligentes y soña– dores ojos y mirando a la dama y al caballero con gran ternura dijo:
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