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EN UN VAGON A mi respetado amigo el señor Je– sús María Herrera Irigoyen. Una mañana fría y nublada, caminaba yo de prisa para llegar a tiempo a la estación ferrocarrilera antes de la sa– lida del tren. Cinco minutos justamente antes de la partida tomé el vagón que se hallaba desocupado aún, y traté de elegir un buen asiento para hacer más cómodamente mi pequeño via– je, pues como de ordinario soy muy propenso al mareo, lo evito a veces situándome bien. Instantes después, acariciaba yo la halagadora idea de hacer mi camino sin compañía alguna, cuando entraron tres pasajeros más, de distinguido aspecto: un caballero al pare– cer de cincuenta años, tipo del perfecto gentleman, quien se tocó cortestemente el sombrero al pasar junto a mí; una señora, que al ponerme de pies para darle libre paso, me hizo una ligera cortesía; y un joven como de diez y siete años, de tan notable parecido con el caballero, que seme– jaban una misma persona vista a los 17 y a los 50, de tez pálida, cabellos y ojos negros, con la mirada profunda del que nace pensador. Vino a situarse a mi lado, y sin pres– tar atención a los movimientos precursores de la salida, abrió un libro y se entregó a la lectura.
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