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264 DR. J. M. NUÑEZ PONTE tados histéricos. Ninguno que establezca comparación entre ellos y los confunda e identifique, puede considerarse como verdadero hombre de ciencia y mucho menos como hombre justo e imparcial. Es, pues, un hecho fuera de discusión ilustrada que San– ta Teresa no padecía de histerismo. Podemos entonces ave– riguar cuál era la enfermedad de que padecía, puesto que ella misma nos la describe. Empezaron los síntomas de ella después de su profesión religiosa, porque "la mudanza de la vida y de los manjares me hizo daño a la salud". La enfermedad principió con una gran debilidad. "Co– menzáronme a crecer los desmayos, y dióme un mal de co– razón tan grandísimo que ponía espanto a quien lo veía ... ". Para ver si se curaba la llevaron a una estación bal– nearia a tomar aguas minerales. "Estuve en aquel lugar tres meses con grandísimos trabajos porque la cura fue más recia que pedía mi complexión; a los dos meses a poder de medicinas me tenía casi acabada la vida; y el rigor del mal del corazón de que me fuí a curar era más recio que algu– nas veces me parecía con dientes agudos me asían dél, tan– to que se temió era rabia. Con la falta grande de virtud (porque ninguna cosa podía comer si no era bebida, de gran hastío, calentura muy continua y tan gastada, porque casi un mes me habían dado una purga cada día) estaba tan abrasada que se me empezaron a encoger los nervios, con dolores tan incomportables que día ni noche ningún sosiego podía tener y una tristeza muy profunda. . . todos me des– ahuciaron. . . los dolores eran los que me fatigaban, porque eran en un sér desde los pies hasta la cabeza".

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