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252 DR. J. M. NUÑEZ PONTE por la falta de cumplimiento de ustedes.- Por mí no, Doc– tor, le contestó el aludido, pues ya ve que yo venía.- Sí, le replicó HERNANDEZ, pero retardado, como de costumbre; aprendan a ser formales. -Tratábase de una pequeñísima intervención. El pacien– te, médico de nota, presentó aquella tarde síntomas alarman– tes e inesperados. Colegas que le visitaban, contra el pare– cer del operador, creyeron poder descubrir las convulsiones del tétanos, y ya tenían resuelto aplicar una inyección de sue– ro anti-tetánico. Llega HERNANDEZ, examina, y como no ve más que un simple temblor nervioso, indica una cucharadita de bromidia, y repetirla si es necesario. Uno de los faculta– tivos presentes, de elegante porte, que dudaba del diagnós– tico del Maestro, recibió de él esta lección: -Eso no es téta– nos; fuera lo mismo que si yo dijese que usted es un hombre chiquitico y enclenque; y como todavía éste,-quizá pensan– do que la consabida inyección del suero fuera más eficaz, fuese lo indicado, o sucedáneo de la bromidia,-se permitie– ra preguntarle:-Pero bien, ¿qué perderíamos con la inyec– ción? HERNANDEZ con toda su autoridad le respondió:-Per– deríamos honradez, perderíamos moralidad! Venga la palabra que dé punto a esta biografía. Como maestro, la suerte de la juventud me es particular– mente cára. Convencido de que el hombre se forma en acuer– do con lo que ama y admira, me ha parecido que no se debía perder, ni retardar siquiera, la oportunidad de presentar en conjunto al examen y reflexión de los jóvenes, hoy tan ama– gados de peligros de todo linaje y calibre, la docencia de los ilustres hechos que integran la historia de JOSE GREGORIO HERNANDEZ, y lo erigen en legítima y pura gloria nacional.
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