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CONCLUSION Seamos místicos. - Recuerdos fraternales. - Anécdotas. - A la juventud! Ahora, descanso ya tranquilo y satisfecho, después del tiempo empleado en recorrer la eximia vida de JOSE GRE– GORIO HERNANDEZ; paréceme escuchar la voz interior de la conciencia, que me asegura de haber traído al cabo una obra de fe, una obra de patria, una obra de bien. Paladinamente confieso que no he habido necesidad de apelar a extraordinarios y difíciles recursos; apenas he de– bido practicar, como se dice, mi composición de lugar, tra– tar de allegarme al ambiente de esa alma, de adaptarme a él, pidiendo, eso sí, antes a Dios limpiase la mía, la abra– sase, para poder compenetrarme con su atmósfera inflama– da, para recibir y asimilarme las encendidas efluencias de una vida, asendereada al parecer, mas conducente en rea– lidad a la cumbre del ideal noble y perfecto. Al través de la sombra de mis palabras, todos comprobarán que HER– NANDEZ está ahí tal cual era, como un faro erecto, sin que se le hayan oscurecido los fulgores de su inteligencia ni subs– traído nada de su poderío científico, pero también como rico árbol aromado que no amengua la fragancia de sus oloro– sas resinas, ni el jugo opulento de sus frutos lozanos; ahí aparece su figura moral como la encarnación de la rectitud y el deber; su persona misma, adornada de aquellas dotes

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