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DR. JOSE GREGORIO HERNANDEZ 243 Recordemos aún a los médicos venerables Antonio Quinh– Nam,, de Cochinchina, y Simón Hay-Hoa, anamita, martiri– zados en 1840; al cirujano Morlanne, fundador de las Her– manas de Caridad de Metz; al Dr. Jacobo Desiderio Lava!, quien luego de varios años de ejercicio de su profesión, se ordenó y consagró al apostolado de los negros, de los cuales, se dice, convirtió 67.000; al Dr. José Moscati, de la Universi– dad de Nápoles, de meritoria ciencia y piedad, y al Dr. Luis Necchi, alma celosísima de apóstol, muerto en 1930. Durante los días de la colonia, y aun muy más acá, vié– ronse barberos de oficio, algunos de no despreciable aptitud, que extendieran sus manos e instrumentos a constituirse sa– camoleros y sajadores, y a quienes por ello los clientes apli– cábanles el ostentoso calificativo de cirujanos. Uno de éstos en Lima, el agraciado y bienquisto dominico Martín de Porres. Esta práctica no fué de España sola y sus colonias. Re– cordamos haber leído en una obra de Anatole France que Ambrosio Paré, el primero que hizo ligaduras de arterias, había encontrado la cirujía en su país en manos de barbe– ros empíricos. Igualmente recuerda la historia nombres de muy finas y delicadas damas, distinguidas por su celo y eficacia en el ejercicio de la Medicina. Ejemplos: Santa Zenaida, de L::i familia de San Pablo; la capadocia Santa Leonila, abuela de los trillizos Eleusipo, Espeusipo y Meleusipo, que con ella sufrieron el martirio en Langres, bajo el reinado de Marco Aurelio; Santa Sofía, también martirizada junto con sus tres hijas en tiempo de Adriano; la notabilísima escritora alema– na Santa Hildegarda, fundadora y abadesa del monasterio de San Ruperto, de quien se dice que manejaba el latín con tanta elegancia y facilidad como si fuese su lengua propia.

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