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242 DR. J. M. NUÑEZ PONTE oriundos británicos; Cenobio, fenicio, Papila de Tiatira; Sam– son, que dedicó íntegras fortuna y ciencia en caridad a los enfermos; Aarón, de Alejandría, el primer descriptor de la viruela. ¿Y qué decir de tantos profesionales de la Medicina como, despojados voluntarios de la toga, del birrete,. la medalla y la preciosa sortija doctorales, llegaron al fin a ceñir y ma– nejar las episcopales insignias de la cruz pectoral, la mitra, el anillo y el báculo de pastores de almas? Carpo, tiatirés, quemado vivo por confesar la fe; Zenobio, taumaturgo de Egea; Casiano, de Toddi; Blas, de Sebaste; Teodato, de Lao– dicea; Juvenal, de Narni; Paulo, griego, muy querido en Mé– rida (España), donde lo pidieron y lograron obispo; Fulber– to, profesor de la escuela de Chartres, ciudad de que fue asi– mismo pastor espiritual; los peritos y milagrosos hermanos Cosme y Damián, quienes fueron notables en Cilicia; Alfán médico del Papa Víctor II y luego obispo de Salerno; San Eu - sebio, médico como su padre en Cosignana, ocupó luego, poco tiempo (siglo IV), el Sumo Pontificado y murió mártir en Sicilia. Ha habido otros médicos santos acogidos al estado re– ligioso: Bertario, abad de Monte Casino; Guillermo Firmat, de Tours; Agapito, médico ruso; Guillermo, abad de Hirschaud, pariente de los Duques de Baviera; Antonio Ma. Zacarías, fundador de los Barnabitas; Felipe Benicio, de los Servitas; Alquiero, monje del Císter; Juvenal de Ancina, profesor de la Universidad de Turín, después oratoriano y, por fin, obispo de Saluzzo; Antonio de Aquilea, médico cirujano de la Uni– versidad de Padua, luego Ermitaño de San Agustín, de quien se dice que su cuerpo permanece incorrupto; Marcos de Montgallo, de Bolonia, hízose franciscano a par que su esposa entraba en el convento de las Clarisas.

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