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DR. JOSE GREGORIO HERNANDEZ 241 llevado a la respectiva Sacra Congregación el expediente del Proceso Canónico para la beatificación. Para cerrar este capítulo, creemos no sea por demás ofrecer dos paginitas en rendido obsequio al honorable y apreciadísimo gremio médico, en cuyas filas contamos nu– merosos discípulos, a quienes deseamos resultasen tan santos y tan sabios como Hernández. Las crónicas religiosas de muchos pueblos guardan la memoria de médicos eminentes a la par en saber y pie– dad, no pocos de los cuales aparecen luego ordenados in sacris, y algunos aun ascendidos por la Iglesia al honor de los altares, merced a su comprobada heroica abnegación y santidad de vida: quizás habiendo curado los cuerpos, -es opinión del misionero Padre Treviño- acaban por desear curar también las almas, como quiera que el apostolado del médico cristiano junto a los que sufren, tiene sus puntos de contacto con el apostolado del sacerdote. Copiamos nombres en lista no corta, mas sí muy ilustra– tiva y digna, a manera de lección de mérito que atrae y alienta a la meditación. El inteligentísimo evangelista Lucas, sobre su tan pro– nunciada afición a la pintura, desde muy joven había ad– quirido singular renombre como médico agraciado y diestro: queridísimo (carissimus) calificóle el Grande de Tarso, de quen fué discípulo y compañero en aquellos catorce larguí– simos viajes apostólicos entre los gentiles, cuyo relato hacía de memoria nuestro Juan Vicente González, sin olvidar ciu– dad o aldea alguna, ni las menores peripecias, cual si tuvie– se a la vista un mapa o una minuciosa crónica. Médicos no oscuros primero y después sacerdotes y san– tos muy venerados, fueron los hermanos Rasifo y Raveno,
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