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DR. JOSE GREGORIO Il~;RNANDEZ 231 ni un caudillo, ni un poderoso de la tierra, ni siquiera un fatuo que compró en vida con oro o con halagos intenciona– dos esa solemnidad funeral. No 1 Esa apoteosis. es la obra del bien. Ese fue un hombre que estuvo siempre cerca del dolor y la pena, y en silencio los remedió. para que nadie lo supiera nunca. Pero hé aquí que cada uno de los ampa– rados por él cuando estaban solos, de los consolados por él cuando estaban tristes, al saber su inesperado fallecimiento han salido de sus tugurios y a esa muchedumbre que paso: de diez mil almas agradecidas, se han agregado los que en todo caso tenían que rendirle un homenaje de justicia o de aprecio al distinguido caballero sin tacha y hombre de cien– cia notable, que después de haber vivido vida limpia en me– dio de tantas miserias humanas, remediándolas con los bellos dones de su cerebro, de su corazón o de su fortuna, cayó violenta y trágicamente, único modo que encontró la Muerte, que sin duda también lo amaba, para poder cumplir su triste misión de abatir a aquel modelo de justo, de sabio y de fi– lántropo". LA RELIGION, por la bien tajada pluma del entonces director, Pbro. Dr. Rafael Peñalver, dijo: "El 29 de junio de 1919 quedará grabado para siempre en los anales de dolor de esta noble ciudad de Caracas, porque en ese día la muer– te hirió implacable al Dr. José Gregario Hernández. "Desapareció del mundo, silenciosamente, sin lanzar un gemido, como el astro que se oculta en la callada soledad del firmamento; sin experimentar los estertores de lenta ago– nía, como sucumbe, según la inimitable expresión de Virgi– lio, como sucumbe en dulce languidez y muere el lirio del campo, al ser tronchado por el hierro del arado: Purpureus veluti cum flos succisus aratro Languescit moriens . ..
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