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DR. JOSE GREGORIO IIERNANDEZ 111 Colmado de dones, sazonado por la eficiencia de perse– verante estudio, no únicamente en su ciencia peculiar de que era gran señor, sino en familiaridad con obras de his– toria, de teología, de apología, de liturgia y mística cristiana, acumuló una abundosa y peregrina copia de saberes, que se empeñó en aprovechar con celo y devoción, en hacerla fructuosa y fecunda, para desplegar entre sus conciudada– nos una realísima misión vocacional de mensajero de Miner va y apóstol del Bien y de la Caridad. Porque, en efecto, visto en ambos campos, él fué siempre un apóstol, como lo declaró en ocasión memorable uno de sus discípulos, y lo dijo el día de su muerte el Ministro de Instrucción Público, doctor González Rincones, al ponderarle ejemplo de virtud y abnegación. Por lo que hace a la religión, ese apostolado de los se– glares, que diremos complementario, auxiliar, al lado del mi– nisterio oficial divinamente encomendado al sacerdote, es una necesidad y una obligación para todo cristiano, espe– cialmente para los constituídos en prestigio; pues nadie pue– de eximirse de cumplir con su persona, con sus prendas, con su carne, dice el Gran Apóstol, lo que le falta a la pasión de Cristo (2). Es deber de todos hacer conocer a Cristo, hacer– le recobrar su puesto y reinado en la entraña del individuo, · en el corazón de la familia, en el organismo de la sociedad Y tal es el apostolado. Hernández fué un paladín, un caba– llero de selección, adestrado en la milicia cristiana, valiente en la confesión de su fe, distinguido por la práctica constante del buen ejemplo, que fué una de sus misiones, como la más hábil táctica para la conquista de las almas. Por eso reunió en su interior toda la luz y fuerza de Cristo, y puso su virtud (2) Ad Coloss. !, 24.
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