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106 DR. J. l\J. NUÑEZ PO'-iTE lencias del reino de Dios, magnalia Dei. que llevaba dentro de su propio corazón, y muchas veces a depositar el pan de la limosna silente, o la medicina apta para el cuerpo dolo– rido. Cuántas se le vió apurado con un lío bajo el brazo que presumía disimular, y era un abrigo para una ancia– nita friolenta; cuántas, al paso frente a una familia que sa– bía menesterosa, lanzaba por la ventana sin detenerse y con cautela, para no ser visto, algún auxilio pecuniario; cuán– tas, afrontando la lluvia, andaba por arrabales e iba a pa– rar dentro un bohío infecto donde se necesitaban sus cuida– dos; cuántas, en fin, tendía la mano al interesado para de– volverle con un gesto amable o una frase de delicadeza su– ma el emolumento recibido 1 Sábese de algunas buenas al– mas entre esos favorecidos por sus dádivas, que, persuadi– dos de su piedad y de la eficacia de sus ruegos, se atre– vían a implorar su bendición, a lo que él argüía con la más santa evasiva: -Si yo estoy buscando quien me bendiga a mí 1 Por tales títulos llegó a ser apellidado, y lo era en efecto, el Médico de los pobres: a su muerte, les fué dado a mu– chos comprobar el vacío inllenable producido en tantos ho– gares egenos de donde había sido él secreta providencia, y recoger los ayes clamantes y desolatorios que surgían de los pechos conturbados por su terrífica desaparición. Su com– pasión nunca saciada, su íntegro desprendimiento, la mag-– na hidalguía de sus tutelas, valiéronle sin duda aquella otra aureola de reverencia, de cariño y gratitud popular, que afir– maba la potencia de su acción para el bien. La ciencia en– grandece al hombre y le procura admiración general; la vir– tud, la caridad, lo magnifica en otro grado, le atrae el amor y reconocimiento de sus coetáneos y de los pósteros. Mas no era éste el objetivo de Hernández. Aun cuando será muy grato contar con las lágrimas, las plegarias y el amor de– los buenos y sencillos, que saben agradecer y no engañan

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