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DR. JOSE GR:EGORIO HERNANDEZ 105 las costumbres médicas corrientes. La grosera materialidad privante hoy día en el mundo, hija del brutal egoísmo que corroe todas las capas, no inficionó por ningún caso los an– helos de su alma sencilla; su norte fue el polo opuesto de las dobleces y ambiciones mercantescas que, en estos des– graciados tiempos de soberanía monetaria, de afán insacia– ble de lucro, han venido señoreando, metalizando a multi– tud de espíritus, por otra parte tan selectos y avanzados en las profesiones científicas, y para quienes con dolor solemos oír en las bocas del pueblo el triste calificativo de logreros. Con relación a esto nadie podrá negar que, aJeno a la más leve propensión mercenaria, Hernández por lo contra rio estaba dotado de cierta munificencia y desinterés, de cier– ta abnegación singular, que le erigían en modelo, en de– chado cabal y venerable. Pendiente sólo de Arriba, no le importaban favores, ni auras, ni diligencias mundanas, y a la verdad concedía liberal preferencia al pobre que humil– de le llamaba y no podía ofrecerle pago pues no tenía con qué, sobre el rico que le solicitaba instante, y cuyo bolsillo pudiera acaso deslumbrarle con el señuelo de un cuantioso estipendio. Para los pobres, imágenes de Jesucristo, a quie– nes ministraba el oficio del buen samaritano, tenía él óleo y bálsamo y aquellos ríos de agua viva, de que habla el Evan– gelio (11); por ellos podía velar noches enteras; hacia ellos corría con prisa y desalado; por ellos el cansancio fuera su más preciosa y apetecible dicha; a esos domicilios ocurría él presto a enjugar lágrimas, a calmar inqu}etudes, a dismi– nuir el poderío del infortunio, a derramar los gajes, las opu- (11) S Juan, VII, 38.

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